sábado, 17 de febrero de 2018

Los intocables, de Gabriela Bustelo




Gabriela Bustelo | Cuarto Poder | 17/02/2018

¿Por qué votamos lo que votamos? El comportamiento del votante occidental se ha examinado durante décadas y los análisis correspondientes ―socioeconómicos y psicológicos― aportan hallazgos tan contundentes como desmoralizadores. Para empezar, los votantes de las democracias veteranas están teledirigidos por sus prejuicios. Millones de personas tienen derecho a voto, pero solo una minoría entiende de política y la mayoría no sabe nada. Pese a que esta proporción se mantiene desde el nacimiento de la democracia, en las democracias cibernéticas del siglo XXI el Smartphone se considera un tótem capaz de convertir automáticamente a cualquiera en una persona informada. La gran paradoja es que son las democracias veteranas las que están dando los resultados electorales más disparatados, desde el Brexit británico hasta la elección estadounidense de Trump. Nunca como hoy tantos millones de personas habían tenido acceso a tal cantidad de información en un mundo tan abierto e interconectado. Pero el acceso al conocimiento no garantiza la asimilación de ese conocimiento.
Una aparición televisiva convincente, la presión del entorno y la influencia creciente de las redes sociales, pueden generar que un votante fabrique una cosmogonía política imaginaria
Según el American National Election Studies (ANES), un análisis electoral publicado en marzo de 2017 indica que en las elecciones estadounidenses de 2016 participaron cientos de miles de votantes que no sabían bien cuál de los dos partidos era el de derechas y cuál el de izquierdas. Según el informe ANES realizado por Stanford y la Universidad de Michigan, un 15% de los votantes de Trump ―y el 6% de los votantes de Clinton― creían que el partido Demócrata era el más conservador de los dos. Al sumar el porcentaje del ‘No sabe/No contesta’, resulta que el 16% de los votantes de Clinton y el 24% de los votantes de Trump no sabían en 2016 qué partido era el más conservador de los dos. Esto indicaría que una porción sustancial del electorado no vota al partido que mejor representa sus ideas, sino que incorpora otros razonamientos, desde el apriorismo de que un partido encarna una determinada ideología (cuando no lo hace), hasta el abandono de una doctrina política para adaptarla a la del candidato preferido. Una aparición televisiva convincente, la presión del entorno (social, familiar, laboral) y la influencia creciente de las redes sociales pueden generar un ‘efecto contagio’ tan eficaz como para que un votante pueda llegar a fabricarse una cosmogonía política imaginaria.
El PSOE y el PP han soportado electoralmente el lastre de la corrupción, como demuestra la permanencia de Rajoy en el gobierno, cosa que ya hizo Felipe González en su momento
¿Y en España cómo es el votante medio? Los españoles tenemos una característica que nos hace únicos: la alta tolerancia ante la corrupción. Tanto PSOE como PP han soportado electoralmente el lastre de la corrupción sin demasiados problemas, como demuestra la permanencia de Rajoy en el gobierno desde 2011, cosa que ya hizo Felipe González en su momento, pese a haber pasado el último tramo de sus 14 años de gobierno sumido en una cascada de acusaciones. La prensa española es selectiva, por lo que conviene recordar que estos días se celebra en Andalucía la agónica prolongación del juicio del Caso ERE en que están citados dos expresidentes autonómicos: Manuel Chaves y Antonio Griñán. Chaves fue presidente de la Junta durante casi dos décadas y su sucesor Griñán tuvo que dimitir en 2003 precisamente por el Caso ERE. El año pasado el PSOE andaluz celebró su flamante 40º aniversario, que de hecho era la constatación de cuatro décadas ininterrumpidas en el poder.
En el bien untado estamento político español hay personajes intocables, como si tuviéramos los brujos y las creencias totémicas de una aldea amazónica. El Gran Intocable de España es Felipe González, que según Juan José Millás en El País en 2010 “allá donde va es recibido como un presidente en activo cuyo prestigio no ha hecho más que crecer”. ¿Y qué ha dicho del Caso ERE el gran superviviente de todas las batallas, incólume y valorado como ninguno, jamás sometido por la prensa a esas cruelísimas campañas de desprestigio que han ido apartando de la circulación a todos los demás presidentes españoles? Pues ha dicho que Manolo Chaves y Antonio Griñán son personas absolutamente íntegras por las que pondría la mano en el fuego. Es decir, que el régimen clientelar andaluz pudo desviar 855 millones de euros mientras los dos socialistas ‘absolutamente íntegros’ de Felipe González estaban sentados ―sordos y ciegos― en la poltrona de la Junta. A quienes se pregunten si el juicio del Caso ERE es una farsa que se va a prolongar hasta octubre, les bastará con recordar a otros intocables amparados por Felipe González como Pujol o como Bono, que están tan campantes en su casa, sentados encima de una mullida montaña de billetes. Estos son los auténticos intocables. Y no los de Elliot Ness.


 

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