domingo, 14 de enero de 2018

Quizá podamos empezar a socavar su poder, acaso podamos buscarnos y encontrarnos a ras de suelo y urdir un plan

No lo he escrito yo, pero como si lo hubiera hecho.
Ser de izquierdas hoy no es lo que era por ejemplo hace 40 o 50 años, o incluso hace 20 o 30. De hace 40 años me lo han contado o lo he leído, pero de hace 20 ya tengo experiencias propias.
Entonces, hace 40 o 50 años, aquí en España, ser de izquierdas era ser un rojo, juntarte con otros rojos y hacer cosas ilegales, clandestinas, y probablemente terminar en los calabozos o en prisión, o incluso muerto a tiros de la policía o fusilado tras un juicio militar.
Tras la transición y la democracia, ser de izquierdas hace 20 o 30 años era pensar que la democracia nos salvaría, que podríamos dominar a la bestia del capital a golpe de mandato popular. Algunos llegamos a creernos esto de verdad y le dedicamos nuestros afanes y buena parte de nuestra juventud.
Ser de izquierdas hoy ya no sé lo que significa.
Y es que tanto los de izquierdas como los de derechas apelan a la democracia y a la ley para imponerse, tanto unos como otros necesitan a la policía o los ejércitos para construir su paz democrática dentro y fuera de las fronteras, tanto unos como otros pelean por el poder institucional, por los sillones o los despachos desde donde se dan las órdenes, pero ninguno muerde la mano del capital, ese que financia sus campañas o concede puertas y jubilaciones doradas a quien le sirvió bien.
Ni los de izquierdas ni los de derechas se enfrentan a los poderes de siempre, esos poderes tras la tramoya de la constitución formal o política, esos poderes que vertebran nuestra constitución real, material, nuestra sociedad piramidal, jerárquica, autoritaria, donde las leyes (de estricta validez democrática pues se aprobaron siguiendo el método o la forma constitucional), pero ya no son expresión de justicia sino de dominación.
Tanto unos como otros pretenden que el estado es neutral en la guerra social, esa lucha eterna donde los de arriba imponen su dominio para vivir sobre las espaldas de los de abajo. Pero mienten, ya saben que las instituciones políticas nada pueden hacer pues el poder real no está ahí, simplemente buscan una salida laboral como mediadores, como mandos intermedios en el escalafón de la servidumbre, ofreciendo distintos productos comerciales que se adapten mejor al gusto de los distintos consumidores demócratas.
Pero todo esto ya lo sabemos, tanto los de izquierdas, los de derechas, como los de arriba y los de abajo, ya sabemos cómo están las cosas, ya sabemos a quiénes toca poner la mesa y quiénes sentarse a comer.
Y quienes sobrevivimos abajo pero no queremos estar arriba, quienes padecemos tanto o más como cualquiera, quienes trabajamos desde el lado estrecho del embudo para ganar un poco más de aire para respirar, simplemente asumimos la fatiga de nadar contra corriente, declinamos la lucha por el poder en favor de la lucha por la libertad, siquiera de las personas que tenemos al lado, lo que sin duda es poco, visto desde arriba, desde las atalayas de quienes tienen alguna cuota en el mando o aspiran al mismo, pero acaso debamos dejar de mirarnos con los ojos de los de arriba, quizá debamos dejar de emularlos, de obedecerles, de reirles las gracias, quizá podamos empezar a socavar su poder, acaso podamos buscarnos y encontrarnos a ras de suelo y urdir un plan.
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OTRA COSA: "El suicidio es un claro problema de salud pública"
 


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