domingo, 15 de octubre de 2017

¿Hacia una sociedad del conocimiento o a una época de la ignorancia útil? Por Antonio Rodríguez de las Heras

"¿Hacia una sociedad del conocimiento o a una época de la ignorancia útil?"
El título del artículo de esta semana no necesita más palabras de introducción.
Como siempre, deseo que resulte de vuestro interés pensar sobre la nuevas formas de ignorancia que crea esta sociedad nuestra conformada por la ciencia y la tecnología. https://retina.elpais.com/retina/2017/09/14/tendencias/1505390853_649870.html

Nuestra sociedad de hoy, conformada por la ciencia y la tecnología, está sumida en una contradicción, que tendrá que superar. Y es que, a pesar de proponerse llegar a ser la sociedad del conocimiento, está afectada por nuevas formas de ignorancia.
La aceleración del conocimiento científico genera un sustrato extraordinariamente fértil para que la creatividad técnica prenda y produzca una exuberante tecnología. Un entorno abrumador, por envolvente y cada vez más denso, de «especies» artificiales formando un ecosistema del que no podemos prescindir.

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La ciencia habla lenguajes abstrusos para la mayoría de las personas y la tecnología nos entrega artefactos herméticos a nuestra comprensión. Aunque los artefactos más al alcance de nuestros ojos y de nuestras manos se nos presenten con esplendorosos diseños y la ergonomía los haga muy suaves al tacto, no dejan de ser cajas negras que no podemos pasar de su superficie. Nada sabemos de su interior, nos limitamos a tocarlas por fuera y a recibir una reacción, pero se mantienen opacas por completo.
Cada vez estamos rodeados de más cajas negras, y por ese laberinto nos movemos con riesgo de extravío. Imaginemos que todos los objetos, grandes y pequeños, a nuestro alcance (como el móvil) o invisibles, pero omnipresentes (como es la Red), sencillos (aparentemente) como una botella de plástico o de la complejidad del avión que nos transporta… se convirtieran en cubos opacos de todos los tamaños. Es una forma de escenificar la contradicción en la que vivimos: una megalópolis de bloques herméticos, un entorno de objetos cúbicos e impenetrables, pero todos ellos confinando en su interior una fabulosa cantidad de conocimiento, que si se liberara, como una explosión, nos dejaría estupefactos al revelarse el inmenso conocimiento acumulado necesario para hacer posible ese objeto.

Cada vez estamos rodeados de más cajas negras, y por ese laberinto nos movemos con riesgo de extravío.
Y, sin embargo, lo paradójico está en que las cajas resultan útiles a pesar de que se ignore la maravilla de conocimientos que se contienen en su interior. Una sociedad como una ciudad laberíntica donde sus habitantes solo pueden ser transeúntes por sus calles entre bloques negros e impenetrables. No obstante, se conforman con este deambular debido a la utilidad y protección que obtienen de aquello que no pueden traspasar.
El barrio más transitado, que no deja de crecer, abigarrado y con imponentes bloques, es el que la tecnología digital construye a ritmo trepidante. La gente —de toda condición social— se mueve por él entre confiada y confusa, sin poder resistirse a su atracción.
Esta forma de ignorancia tiene una característica que la diferencia de otras que han acompañado siempre a las sociedades, y es que no solo penetra en los grupos más desfavorecidos, tanto económica como culturalmente, sino que alcanza también a los niveles de los poderosos, aquellos que tienen influencia social —sea cultural, política, económica—, que toman decisiones. La ignorancia en este caso deja de ser una rémora para convertirse en un riesgo, pues afecta a quienes conducen de algún modo la sociedad. De manera que la alta posibilidad de provocar errores y disfunciones llega a ser intolerable.

La ciencia habla lenguajes abstrusos para la mayoría de las personas y la tecnología nos entrega artefactos herméticos a nuestra comprensión".
Por otro lado, la ignorancia a cualquier nivel hace a las personas muy poco resistentes ante gurús y profetas, ante predicadores apocalípticos, atemorizando y creando culpabilidad, o bien frente a oportunistas cultivando formas nuevas de superstición.
El hecho es que estamos ante un problema cultural y educativo. No es sostenible que siga creciendo este paisaje de cajas negras y que una gran parte de la población —sin distinción de estatus y funciones— se mueva entre ellas ignorante de lo que sucede dentro.
Ante este panorama, se ven tres actuaciones posibles. Una de ellas es mantener esta «ignorancia útil», lo que significa que se busca por encima de todo que las cajas negras proporcionen utilidad, sin apreciar que puedan crear una sociedad que, a pesar del esplendor material, no se diferencie de las de otras épocas que ahora calificamos de oscuras, vulnerables a temores, supersticiones y a manipulaciones de quienes administraban las certezas.
La segunda opción es desmontar las cajas para conocer así lo que guardan dentro. Se hace ya, y la educación está al servicio de ello, preparando a profesionales bien especializados que conocen correctamente el contenido de una caja, pero que es imposible que por este método se puedan conocer muchas más. Una caja abierta y despiezada, pero rodeada del mismo paisaje de cajas herméticas.
La tercera vía no es ya limitarse a tocar una caja negra, ni a desmontarla, sino a hacerla traslúcida. De esa manera pasa la luz, aunque no necesariamente haya que conocer con nitidez lo que guarda dentro. Se reclama para ello nuevos narradores que sepan contar lo que sucede dentro, estudios de historia de la ciencia y la tecnología en todos los niveles educativos, y sean cual sean las orientaciones profesionales, y valorar mucho más la reflexión teórica para evitar la inmediatez ilusoria de lo práctico y de las recetas.
En el escenario posible de la vida en digital que reúne esta serie de artículos, sus habitantes, los alefitas , se habrían dado cuenta de que este mundo tecnológico trae principalmente la necesidad de una revolución cultural y educativa, para salir del laberinto que nosotros mismos hemos construido... y que no dejamos de ampliar.
Antonio Rodríguez de las Heras, catedrático Universidad Carlos III de Madrid
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