jueves, 22 de diciembre de 2016

Jarmusch o el rigor de la belleza poética

No es una cuestión de madurez creativa, sino de sensibilidad y sabiduría. La última obra de Jim Jarmusch, Paterson, no solo revela la maestría del veterano cineasta, sino que se ofrece como destilación de su poética de lo cotidiano. Concebido como el diario visual de un poeta secreto, los versos de William Carlos Williams laten en sus imágenes. http://www.elcultural.com/revista/cine/Jarmusch-o-el-rigor-de-la-belleza-poetica/38894 CARLOS REVIRIEGO | 02/12/2016

 


Paterson (Adam Driver) escribiendo en el autobús
Paterson, New Jersey, es la ciudad del poeta William Carlos Williams (1883-1963). A ella dedicó un poema épico, dividido en cuatro partes y publicado en cinco volúmenes (1946-1958), donde “un hombre es una ciudad y para el poeta todas las ideas están en las cosas”. Conocemos la obsesión de Jim Jarmusch por el eterno retorno. Su última película, Paterson, que empieza y termina con el mismo plano -el del poeta y su musa observados cenitalmente al despertar cada mañana- no es una adaptación del poema Paterson de Williams, pero en ella el hombre es también la ciudad, un poeta llamado Paterson, un chófer de autobús (un driver intepretado por Adam Driver, como si fuera un chiste interno) que encuentra sus ideas y sus versos en la apariencia de las cosas: una caja de cerillas, la lluvia, el amor… El legado de Williams, retratista mayor de América, es la inspiración latente y aludida de las imágenes de esta obra maestra, la más perfecta y hermosa de Jarmusch. “El rigor de la belleza es la búsqueda”, escribió Williams en el prefacio de su oda inmortal.

La belleza del cine de Jarmusch procede también de su rigor formal y narrativo. Es Paterson una épica portátil, el diario de una semana en la vida del chófer y poeta secreto, la rutina mínima y máxima de los días en la mente de un artista urbano que se resiste a publicar sus creaciones, que convive en armonía con su mujer y escribe en los tiempos muertos de su trabajo. La forma del filme es su contenido. Como en Dead Man, como en Ghost Dog, su ética es su estética. Mediante la prosa poética del día a día, Paterson se propone traducir plásticamente el germen del verso, el magma cotidiano que yace en la mirada poética. La película es, en este sentido, una suerte de utopía, pues articula el proceso de creación, el origen de la poesía escrita. La estructura apela a la rima visual, a la repetición y la variación mínima de la rutina diaria. De esas pequeñas variaciones es de donde surge la epifanía poética.

Paterson vive con su mujer, dulce, aniñada, soñadora, interpretada por la actriz iraní Golshifteh Farahani. Ambos comparten sus anhelos y soledades con un bulldog inglés llamado Marvin que gruñe cada vez que se besan. El perro, a quien pasea Paterson cada noche (o el perro más bien le pasea a él), se convertirá en un personaje determinante. Ella sueña con tener mellizos, montar una empresa de cupcakes y triunfar en Nashville como diva country. Él sueña sus versos. Son como artistas furtivos viviendo el insomnio americano. Como todos los amantes posibles de Jarmusch -los de Bajo el peso de la ley, Mystery Train y Solo los amantes sobreviven-, la felicidad de Paterson y Laura es la suma de sus soledades y anhelos. El marido estimula los dudosos talentos de su mujer con la misma convicción con que ella le anima a publicar sus versos. Encarnan la versión entusiasta (ella) y escéptica (él) del sueño americano.

En la cima expresiva de su filmografía (diciendo más que nunca con menos que nunca), Jarmush desdramatiza la vida surcando por sus pliegues y revelando las conexiones profundas entre las rimas de las jornadas, de los silencios, los objetos y las miradas. La cotidianidad de los días, que empiezan con un café en solitario y terminan con una cerveza en compañía, es alterada por brotes de crisis (una avería en el autobús, un incidente en el bar, la pérdida de su cuaderno secreto) y por apariciones casi fantasmagóricas de naturaleza duplicada. Las alteraciones se disuelven en la rutina diaria y entramos en el estado de conciencia poético que conecta lo prosaico con lo lírico, lo mundano con lo simbólico. Todo el mundo cabe, efectivamente, en una caja de cerrillas. En el tramo final del filme, Paterson tendrá un encuentro determinante, ozuniano, que le concede la posibilidad de renacer, allí donde el poeta Williams (y también Paterson) paseaba y escribía, en lo alto de las cataratas del Passaic.


Adam Driver y Golshifteh Farahani en un momento de Paterson

La energía cotidiana

El recitado de los poemas que en la ficción escribe Paterson (escritos en verdad por el poeta Ron Padgett), en la voz de Driver, el conductor, se superpone a las imágenes cuasioníricas de sus trayectos en autobús, mientras en pantalla se va formando la construcción del poema como lo hace en el cuaderno secreto, palabra a palabra, verso a verso, en caligrafía manual. Apenas hay tensión dramática en el relato diario, solo una ternura observacional, y será el destino del cuaderno de poemas quizá el mayor giro dramático de la película, pero incluso ese gesto desestabilizador se convierte en parte de un patrón rutinario después de un melancólico paseo dominical. La energía de los poemas surge de los detalles cotidianos y la repetición de frases sencillas, declarativas. “Las ideas están en las cosas”, efectivamente.

La profundidad metaliteraria que revelan las apariencias del filme es casi insondable. Opera en oposición a la versificación ilustrada con la que se confunde el cine poético. Esto no es “endecasílabo fotografiado”. En su capa cutánea, Paterson es el diario de un poeta secreto, un trabajador que escribe versos, como lo han sido tantos poetas que han hurgado en los fracasos del sueño americano: Williams Carlos Williams, doctor; Wallace Stevens y Edgar Lee Masters, abogados; Robert Frost, granjero, etc. En sus capas literarias, es la adaptación visual de los versos del poeta contemporáneo Padgett y la traslación espiritual del largo poemario de Williams. En su vertiente cinematográfica, se trata de la perfecta migración de la poesía de lo cotidiano al lenguaje del cine, es decir, la síntesis de la poética de Jarmusch.

No hay género ni etiqueta que pueda reducir esta milagrosa película a una sola idea o aspiración creativa. Como todo gran poemario, representa un estado del alma, una cosmogonía. Paterson es el espacio creativo donde Jarmusch el poeta deconstruye a Jarmusch el cineasta. O viceversa. Paterson es, por tanto, un autorretrato. Es la película-poema donde queremos vivir.

@carlosreviriego

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